L'Amicale du Camp de Gurs, es la asociación que formaron los antiguos presos en
1980 para recuperar el pasado y pelear en el presente «contra la
xenofobia, el racismo, el odio al diferente, la represión política y la
destrucción de la dignidad humana».
Gurs, el campo del que casi nadie habló
durante medio siglo, resume la escalada del horror europeo:
enlaza el bombardeo de Gernika con el exterminio de Auschwitz.
Hoy algunos supervivientes cuentan su
historia en Gurs, hablan del frío, el hambre y el barro. Y dicen que ahora,
cada vez que ven a los miles de refugiados que llegan a Europa huyendo de las
guerras, les vienen a la memoria los republicanos que huyeron a Francia,
los hombres que arrastraban maletones en la nieve, las mujeres que cargaban con
niños pequeños. Ven cómo los meten en campos, igual que hicieron en Gurs, y
ven que seguimos igual que hace 80 años.
Lo suyo no son batallitas
de viejo, son avisos importantes para que los jóvenes sepan qué pasa cuando no
se respetan los derechos humanos.
En sus inicios, fue
un campo de refugiados construido en 1939 con el objetivo de albergar
en él a combatientes republicanos de la Guerra Civil. No era el único, ya que
ese mismo año el Gobierno francés había levantado varios campos para acoger a
más de 250.000 personas refugiadas provenientes del Estado español.
Las
autoridades francesas aceptaron la petición del Gobierno Vasco en el
exilio: enviar a los refugiados vascos a un campo
en las provincias vascas.
Pero allí no los quisieron.
El diputado labortano René Delzangles
pidió al ministro francés de Asuntos Exteriores «la repatriación general» de
los refugiados «porque Francia no debe convertirse en el vertedero de
Europa».
Lo construyeron en solo 42 días,
para acoger -encerrar- a refugiados republicanos de la Guerra Civil española.
En
la primera semana llegaron más de 4.000 vascos, todos hombres jóvenes, soldados, militantes del PNV,
del PSOE, del PC, de Izquierda Republicana: perdedores de la guerra. Los
enviaron al pueblo de Gurs, donde habían despejado un inmenso campo cenagoso,
habían construido 328 barracones y habían rodeado todo con alambradas y garitas
de vigilancia.
Luis
Ortiz Alfau fue uno de los primeros en llegar.
Al comenzar la Segunda
Guerra Mundial llegaron a Gurs miles de personas huyendo del Tercer Reich, la
mayoría judíos.
En total, el campo de
concentración de Gurs fue destino de 63.929 personas (6.500 vascas), procedentes de 52 países. Entre
agosto de 1942 y febrero de 1943, seis convoyes transportaron a 3.907 de esas
personas a Auschwitz.
De todas ellas, quedan muy pocas vivas.
Apenas una decena. Entre ellas Luis. Al
que todavía le quedan fuerzas para acudir al homenaje anual que allí se
celebra.
Luis tiene 100 años. Han pasado 78 desde
que encerraron aquí a este republicano bilbaino, que pasó por las
peores derrotas de la Guerra Civil -incluyendo el bombardeo de Gernika
o la huida bajo la nieve de Cataluña a Francia-, que fue encerrado en Gurs, que
después sobrevivió a los campos de concentración de Deusto y Miranda de
Ebro y al trabajo esclavo en el Pirineo navarro.
Según la ficha que guarda el Archivo
Histórico de Euskadi, Luis Ortiz Alfau salió del campo el 27 de junio
de 1939 «reclamado por su familia».
Salió unos meses antes de que llegaran las
nuevas oleadas de presos, en una transformación cada vez más monstruosa de
Gurs.
A principios de 1940, con los nazis ya en
Holanda y Bélgica, las autoridades francesas metieron en
Gurs a 14.875 personas, casi todas mujeres, muchas judías: habían
huido del Tercer Reich, pero Francia las consideró «peligrosas para la
defensa nacional» porque eran alemanas o austriacas.
Aprovechando el ambiente, el gobierno
también encerraró a comunistas y anarquistas franceses, republicanos
españoles y nacionalistas vascos. En los documentos se referían a
todos ellos como «indeseables».
Cuando los nazis
invadieron Francia, se encontraron con mucho trabajo adelantado: Gurs les sirvió para encerrar a 18.185 judíos.
En los últimos meses de la guerra, durante
el derrumbe nazi, las autoridades francesas todavía usaron los
barracones podridos de Gurs para encerrar a gitanos, a putas, a
vendedores del mercado negro, incluso a los guerrilleros españoles que
habían fracasado en la invasión del Vall d'Aran.
El 31 de diciembre de 1945 cerraron
definitivamente el campo. Vendieron la chatarra, quemaron los restos y en 1950
plantaron el bosque de robles: plantaron el olvido.
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