Expertos alertan en Donostia del “vacío emocional” de jóvenes que pueden abrazar posturas totalitarias |
DONOSTIA- La amenaza del Estado Islámico parece remota. Nadie diría
que existe riesgo alguno de atentado yihadista en Euskadi ante el cerco al
Estado Islámico en Siria e Irak y el aparente descenso del nivel de alerta
terrorista que conlleva. Pero la amenaza latente puede estar durmiendo para
despertar. “El Daesh tiene catorce siglos de vida, y tarde o temprano aparecerá
con otra bandera”, alertaron ayer expertos reunidos en Donostia, en unas
jornadas sobre Radicalización Islamista en Europa, organizada por Jatorkin
Al-Nahda, la asociación para la integración del colectivo inmigrante de
Tolosaldea.
Hace apenas unos días, el Estado Islámico amenazaba con atentar en
Euskadi a través de un cartel difundido en las redes sociales, un aviso al que
el Departamento vasco de Seguridad restó mayor importancia al entender que no
supone un incremento del riesgo añadido, que ya de por sí hace mantener el
nivel 4 de alerta antiterrorista.
Agentes de la Ertzaintza y especialistas en islamismo y yihadismo han
impartido cursos para prevenir en Gipuzkoa comportamientos delictivos, ante un
primer aldabonazo que llegó el 11 de marzo de 2004 en Madrid, con 192
fallecidos y más de 1.500 heridos en el peor ataque terrorista en la historia
del Estado y también de Europa. El yihadismo volvió a azotar el país dejando 14
fallecidos y en Barcelona y Cambrils en 2017.
Desde entonces, el Gobierno Vasco ha elaborado un plan de actuación
frente al terrorismo internacional de pretexto religioso, con la creación de un
foro de identificación temprana de procesos de radicalización dirigido por la
Ertzaintza y con la participación de las comunidades islámicas de Euskadi. A
pesar de todo ello, el riesgo cero hoy por hoy no existe entre generaciones de
jóvenes cuyo “vacío emocional y frustración” puede hacerles abrazar “posturas
totalitarias”.
En el territorio han sido detenidos en los últimos años una decena de
presuntos terroristas, algunos de los cuales realizaban labores de captación o
habían planificado su desplazamiento a zonas de conflicto para unirse al Daesh.
Curiosamente, hay más frustración que convicción.
SIN SOSPECHAS Anna Teixidor lo sabe bien. Autora del libro En nombre de
Ala: Conversaciones con yihadistas españoles y sus familias, ha estudiado a
fondo la trastienda de los atentados del 17 de agosto de 2017, cuando 16
personas fueron asesinadas por una célula islamista en Barcelona y Cambrils.
Ocho terroristas perdieron la vida. Era un grupo de jóvenes en apariencia
integrado. Nadie sospechó nunca de ellos. La periodista del canal TV3de
Catalunya, que ayer intervino en las jornadas, ha realizado 50 entrevistas a
miembros del entorno de estos chavales. “Algunos de ellos se sentían humillados
y se sentían víctimas por el hecho de ser musulmanes hasta el punto de odiar a
la sociedad de acogida”. Esa sensación de frustración fue previa a la aparición
en sus vidas del imán, Abdelbaki Es Satty, quien los engañó hasta embarcarlos
en “un proyecto político totalitario que se basaba en toda la narrativa del
Estado Islámico”.
Los expertos que se dieron cita ayer en Tabakalera pusieron el acento
en la prevención basada “en la educación y no tanto en la seguridad”. Para
Xavier Torrens, profesor de Ciencias Políticas, la asignatura pendiente es
impulsar tres políticas públicas “que ahora no van de la mano”.
El también codirector del Máster en Prevención de la Radicalización,
de la Universidad de Barcelona, percibe que “funciona” la política social y
formativa para frenar las desigualdades por motivos de discriminación étnica y
la islamofobia. “El problema es que estas dos políticas por sí mismas no
combaten el islamismo radical. Por eso hace falta una tercera, basada en la
educación, cultura y comunicación de los jóvenes”. Hace falta contrarrestar,
dice, los prejuicios en los que se basa el discurso del odio del islamismo
radical: antioccidentalismo, judeofobia o antisemitismo y antimericanismo. “La
gran carencia que encontramos es que no hay ninguna Administración pública que
esté trabajando está última política junto a las otras dos”. El Estado se ha
convertido en el tercer país occidental del mundo con más víctimas mortales
causados por atentados yihadistas, solo por detrás de Estados Unidos y Francia.
Francisco Martín trabaja en la Asociación Darna, ubicada en el Raval.
Se trata de uno de los cuatro barrios que forman el distrito de Ciutat Vella,
en el casco antiguo de Barcelona, el corazón de una ciudad multicultural. La
agrupación convive a diario con menores extranjeros no acompañados.
Defiende que la prevención con estos chavales no pasa tanto por
redoblar esfuerzos en medidas de seguridad, sino en buscar el origen de los
problemas que presentan. “Es básica la acción social. Prevención no son
bolardos y medidas de seguridad, sobre todo es comunicación. Cuando un
adolescente hace crack, ya vamos demasiado tarde. Es necesario trabajar con
antelación el alto grado de frustración que presentan. Sus familias de origen
han apostado por ellos, y pronto encuentran una sociedad de acogida que les
deriva a ciclos formativos”.
No solo no es malo sino necesario, pero que les frustra sobremanera
porque su proyecto migratorio pasaba por conseguir dinero rápido. A partir de
ahí, “hace falta canalizar la rabia, la frustración y generar un mensaje
alternativo positivo”. De lo contrario, dos abismos: la radicalización
religiosa o la delincuencia.
Este segundo desenlace conoció bien de cerca el activista e
historiador Ahmed Charchaoui Saidi. “Era un chaval que quería comerse el mundo.
Apareció en Vitoria, con estudios secundarios pero sin papeles”.
El joven de 19 años del que habló ayer Charchaoui es hijo de un amigo
suyo de la época universitaria en Marruecos. El chico no era religioso. Había
recibido una formación como la de cualquier otro chaval con dos padres
universitarios, ella historiadora y él periodista. “Pasados unos meses, percibí
en él una transformación emocional y psicológica. Supimos entonces que había
empezado a frecuentar la mezquita más radical, que acudía a ella todos los días
y tenía muy poco contacto social”.
IMÁN EXTREMISTA Sus progenitores continuaban en Marruecos y Charchaoui
se sentía como el padre, tío o tutor. “De la mano del imán más extremista,
tenía cada vez una visión más radical de la religión, algo que no le llegó a
convertir en yihadista pero sí dio paso a una escalada delictiva”. El
historiador relató que comenzó a llevarle al psicólogo. Tras salir de una de
las consultas fue arrestado por la policía y deportado. “Estamos hablando de un
chico tímido, al que le costaba expresarse y que sentía un gran vacío
interior”. Nuevamente, Charchaoui defendió la necesidad de “estar muy atentos a
los momentos de soledad y nostalgia que, queramos o no, sienten todos los
chavales que vienen”.
Incidió en la necesidad de rebajar las expectativas con las que llegan
los chavales para evitar tanta frustración, y “ampliar el sentido de
pertenencia y de identidad” para que no caigan en manos de fundaciones
salafistas, que defienden un retorno purista a las ideas del Corán. Como
advirtió el escritor y sociólogo marroquí Chakib Gessous, hace falta estar
atentos a la política de “reislamización” que recorre Europa. “El mensaje
fundamentalista puede colarse entre las fundaciones puesto que en algunos casos
no hay control de las personas que acceden a las mezquitas. Lo único que se
pide es que sean musulmanes, y las fundaciones pueden aprovecharse de esa
situación para adoctrinar sin ningún control”. El salafismo puede llevarnos al
yihadismo “casi sin darnos cuenta”.
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