El conocido actor de «Campeones» acaba de publicar «S4la de espera», un libro de relatos, poemas y reflexiones sobre los tres últimos años de su vida
En «Campeones» interpretaba a un discapacitado intelectual y muchos creen que lo es. Jesús Vidal (León, 1975) es filólogo, periodista, actor, dramaturgo y ganador del Goya al mejor actor revelación. Ahora acaba de publicar «S4la de espera» (Martínez Roca), que contiene cuatro relatos, diez poemas y fragmentos de un diario donde relata sus vivencias de los tres últimos años. Vidal perdió la visión de un ojo con 20 años y solo le queda un 10% en el otro. Escribió una obra de teatro homónima («Sala de espera») y ha protagonizado otras varias, pero tiene claro que «Campeones” «marcó un antes y un después en mi carrera».
–¿Los sueños se cumplen?
–Se cumplen, pero hay que trabajarlos, creer en ellos, no vale solo con soñar, hay que poner mucha voluntad. Con ella y trabajo al final se acaban cumpliendo.
–¿Cuál era el suyo?
–Ser actor, siempre lo tuve claro, y gracias al trabajo y a mucha gente que me ha apoyado profesionalmente está pudiendo ser así.
–Filólogo, periodista, actor y, ahora, escritor. ¿Lo ha tenido difícil?
–Tuve que luchar bastante, como casi todas las personas, pero al ser ciego parece tener mayor mérito. Yo creo que no, he tenido trabas por no ver, pero también cosas buenas, apoyo de gente, voluntad, sensibilidad…
–¿Ha sido importante confiar en sí mismo?
–Sí, en mis condiciones, tener fe en lo que puedo hacer. Eso es lo que me ha movido siempre y me ha hecho posible conseguir las cosas.
–¿Cómo fue quedarse sin visión a los 20?
–Ves que se te apaga parte del mundo. Un apagón físico y anímico del que salí con optimismo y el cariño de los míos. A partir de ahí traté de tomarme la vida con humor y con la conciencia de tener una oportunidad para disfrutar. Dices, me queda un 10%, voy a aprovecharlo y a tratar de vivir plenamente.
–¿Cómo se aprende a vivir sin ver?
–Apoyándote en otras cosas, potenciando otros sentidos, el oído, el tacto, el olfato y, por supuesto el gusto, la comida me encanta, un buen vino. Además, es importantísimo el apoyo familiar.
–Su discurso en los Goya nos conmovió a todos. ¿Se imaginaba su impacto?
–No, creo que fue por su sinceridad, por estar construido desde el corazón. Es verdad que impactó en las redes y en los medios, y eso es lo mágico de la comunicación, la capacidad de elevar algo a una potencia inusitada.
–Sus palabras clave: inclusión, diversidad, visibilidad, ¿fueron de denuncia?
–Básicamente, el discurso fue concebido como un acto de agradecimiento y respeto a quienes me habían ayudado y hacia la Academia, pero también como reivindicación y una forma de combatir.
–¿Cuál es la mayor discapacidad?
–El miedo, que como humano yo también tengo. Éste y los prejuicios nos incapacitan, nos hacen ser menos como personas.
–¿Diferencia o discapacidad?
–Para mí, diferencia. Discapacitado es un término práctico, pero lo decimos porque solo focalizamos lo que no pueden hacer. Normalmente no nos fijamos en lo que las personas no pueden hacer, únicamente cuando hablamos de discapacidad, por eso prefiero «diferencia», que valora más las capacidades de cada uno y lo diferente como algo rico.
–¿Qué le aporta ser diferente?
–Una sensibilidad especial y, nunca mejor dicho, una manera distinta de ver la vida. Al principio valoramos las cosas de una manera, pero cuando entran otros sentidos y el corazón, cambia. A mí esta percepción me viene de serie y eso me ha hecho ser más empático, capaz de valorar cosas que quizá hubiese valorado viendo bien, pero de otra manera.
–¿Por qué afirma que todos somos imperfectos?
–Porque somos limitados, nacemos y morimos. Si fuéramos dioses esto sería muy aburrido. La imperfección nos une y nos mejora, necesitamos a los otros para completarnos. Cada segundo es un camino en esa búsqueda eterna de la plenitud.
–¿Qué es peor, ser corto de vista o de miras?
–De miras, sin duda, hace falta amplitud de miras para poner las luces largas.
–¿Le molesta el paternalismo?
–Sí, porque la discapacidad no se arregla así. Yo trato de combatirla con la normalización. Cuando etiquetamos solo como persona, el paternalismo se echa a un lado, se derriba.
-¿Usted nunca se rinde?
-Nunca, la vida es una lucha y no hay que rendirse, está para disfrutarla y aprovecharla hasta el final. Vida solo hay una y el no rendirse nos hace disfrutar de cada rayo de sol, de cada átomo de luz.
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