Nkayndjock Stanis entra a la sala de ensayos como si una legión de fans esperaran ansiosos la primera canción de un concierto. Empuña el micrófono –envuelto en un plástico azul desechable para evitar contagios– como un MC (maestro de ceremonias, como se llaman los intérpretes de rap) profesional y va calentando motores. “Yo, yo, you feel me?”, rapea mientras se mueve entre la decena de músicos que tocan en la Escuela de Música Creativa y que hoy sirven de banda del artista camerunés de 20 años. Stanis le canta a la superación y a la espiritualidad al ritmo que marca el teclado, la batería y un par de guitarras. Solo el saxo le roba algo de protagonismo. Desde febrero, el cantante y otros 14 jóvenes extranjeros ensayan para el concierto que celebrarán, si las medidas sanitarias lo permiten, el próximo 17 de diciembre. Este proyecto de la Fundación Música Creativa, en colaboración con la Obra Social La Caixa y la Fundación Raíces, tiene un objetivo claro: explotar la diversidad cultural a través de la música y crear una comunidad libre de racismo y condescendencia.
“No se trata de componer música desde la pena o el paternalismo”, explica Laura Poggio, la directora de la Fundación Música Creativa, “La idea es que un grupo de músicos más o menos formados compongan y mezclen lo que cada uno lleva dentro”. La flautista pretende con la iniciativa que el ocio para estos menores y jóvenes extranjeros también esté sobre la mesa: “Son adolescentes. Además de sus situaciones personales, necesitan lo mismo que los chicos de aquí: estar con sus amigos, conocer cosas nuevas, divertirse…”, dice desde el vestuario de la escuela.
Desde aquí se oyen los pasos apresurados de una sala a otra y puertas que, al abrirse, regalan un breve tráiler de lo que llevan meses preparando. Todos ellos están siendo o han sido atendidos por la Fundación Raíces. La organización, teniendo en cuenta el perfil de los chicos, seleccionó a un pequeño grupo para la iniciativa; generalmente los que ya tenían algún vínculo con la música. María Areces, coordinadora del programa de asistencia jurídica especializada en menores y jóvenes, lamenta que a pesar de su corta edad, no hayan podido haber disfrutado de una infancia tranquila: “Todos ellos llegaron a España siendo menores extranjeros no acompañados. Cuando intentaron acceder a sus derechos, como la protección otorgada por la Administración y las comunidades, en muchos casos se les negó. Este proyecto les otorga un espacio a la diversión que no les es muy común”. Precisamente por toda la historia que les une, han decidido llamar al proyecto ‘Familia Grande’.
El periplo de la mayoría de ellos se extiende entre dos y tres años, desde que salen de sus casas con 11 o 12 años. “Dejan atrás a sus familias, cruzan desiertos andando, se exponen a riesgos en pateras… y cuando llegan aquí, en muchos casos, tienen que afrontar las políticas de extranjería que perpetúa la vulneración de sus derechos”, critica Areces.
“No somos delincuentes”
Yaya Kone, de 18 años, le canta a su madre, a quien echa mucho de menos. Es de Costa de Marfil y hace un par de años que salió. Kone reconoce que se encontró en España con una realidad muy diferente a la que esperaba: “Yo me imaginaba que aquí íbamos a poder estudiar y que sería más sencillo encontrar trabajo y tener oportunidades. Pero no está siendo nada fácil”. Sin embargo, lo que más le preocupa es el racismo: “Se habla de nosotros como si fuéramos delincuentes. Y no lo somos. Alguno habrá, como también hay delincuentes españoles. Pero la mayoría somos chicos que salimos porque no podemos quedarnos en nuestros países”.
Areces reconoce que le sorprende mucho lo conscientes que son del “dibujo que la sociedad hace de los menores extranjeros no acompañados”. “Saben lo que se dice de ellos, los ataques que reciben y la idea equivocada que muchos españoles tienen al respecto, por eso lo plasman es sus canciones”. Aunque muchas le hablan al amor y al desamor, la añoranza, el racismo y el espíritu de superación está inscrito en la mayoría de letras. Todas ellas se contarán en un audiolibro y en un documental que preparan ambas entidades colaboradoras.
Laura Poggio está ilusionada y no lo esconde. Se pasea por las dos salas habilitadas para los ensayos sin quitar los ojos de los chicos a los que aplaude canción tras canción. En su móvil almacena decenas de vídeos y fotos desde el inicio del proyecto y le es inevitable hablar del progreso y de la ilusión de todos ellos. “No sabes lo emocionante que es que alguno de estos chicos quiera dedicarse en el futuro a la música”, cuenta con los ojos llorosos, “Yo me dedico a esto y ver crecer estas ganas me toca especialmente”.
“One, two, one, two, three, four”. El tempo lo marca uno de los profesores, acercándose al micrófono. Anas Boussedra, Hamza Minarou y Oussama Chrgui El Hemiani arrancan a cantar justo después. La canción se llama El desafío, “lo que es cada paso de la vida”, aclara este último. Chrgui escribió también la letra de Solo, en la que habla de los viajes que todos cargan en sus espaldas: “La diferencia entre nosotros y el pájaro es que este vuela para poder emigrar y nosotros emigramos para poder volar”. Boussedra se equivoca y pide disculpas: “No me sale muy bien”, repite en inglés y muy tímido mientras recupera la letra que tiene guardada en el móvil. Miriam García, saxofonista de 20 años, despega sus labios del instrumento y le anima: “No quedó mal. Probamos de nuevo, Anas”.
García empezó a los ocho años en una escuela del barrio. Poco a poco, se introdujo en el mundo del jazz. Lo que ella describe como “enamorarse”. Este es su segundo año de estudio de la Escuela de Música Creativa Superior. Cuando le avisaron del proyecto no dudó en apuntarse. “Mi madre es gitana y me siento muy identificada con las historias de muchos de ellos”, cuenta al final del ensayo. “Además, no solemos tener acceso a estos estilos tan diferentes. Es una oportunidad para aprender. La música si no sirve para transmitir estos mensajes, ¿para qué está?”.
Fuente y más información en educatolerancia.com
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