En el bicentenario del nacimiento de la ensayista y penalista varias publicaciones recuerdan su obra (dispersa) feminista y en defensa de los presos
Ilustración de Antonia Santolaya. CORTESÍA NÓRDICA |
Concepción Arenal, penalista, ensayista y editorialista autodidacta a pesar de la ley, a pesar de los tiempos. Prefirió los libros de filosofía a aprender en el colegio las maneras sociales que se le presuponían a una mujer del siglo XIX. Se vistió de hombre para acudir a la Universidad. Abogó por el sacerdocio femenino. Defendió una apariencia austera y sencilla antes que Coco Chanel. Se enfrentó a “las mujeres del hogar” de su generación. Pero su prédica, como dijo de ella la escritora Emilia Pardo Bazán, la escucharon solo unos pocos. En el bicentenario de su nacimiento (1820-2020) -y desde hace menos de un lustro- las editoriales recuperan su obra (dispersa) porque las estatuas, instituciones culturales y plazas con su nombre no han sido suficientes para darle eco a su legado.
“En 1869 Arenal ya era una mujer conocida en los círculos políticos e intelectuales. A punto de cumplir 50 años había publicado algunas obras importantes. Las más relevantes en su trayectoria estaban por publicar”, escribe Anna Caballé en el prólogo de La mujer del porvenir (Nórdica), el libro que recupera La mujer del porvenir y La mujer de su casa dos de sus ensayos en los refleja su pionero ideario feminista. La historiadora consiguió el Premio Nacional de Historia por la biografía, Concepción Arenal, la caminante (Taurus) en 2019.
“Prefiere el concepto de mujer de casa a ‘ángel del hogar’ que describe la realidad sin falsos velos”, explica la experta en las primeras páginas del libro. “Un concepto falto totalmente de prestigio. Que una mujer ejerza como mujer de su casa no es nada, es menos que nada y para nadie significa nada. Es como si, entregándose al cuidado del hogar, cumpliera con una labor consuetudinaria que a nadie merece una mirada de respeto, pero de la que no se puede prescindir. A partir de aquí vienen todos los males”, se lee en el trabajo de Arenal que clamó: “El hombre no progresará si deja a la mujer estacionaria”.
Los primeros años de vida de la autora marcarían los textos que luego escribiría. Su infancia estuvo atravesada por la muerte de su padre cuando ella tenía nueve años, un militar condenado por su ideología liberal del que heredó su obstinación por defender lo que consideraba justo. La relación opuesta a la que mantuvo con su madre, la que le obligó a ir a un colegio que no quería y la que le inculcó una estricta educación religiosa presente en toda su vida.
A través de los libros de filosofía y ciencias sociales que fue rescatando de bibliotecas familiares comenzó desde la adolescencia una carrera autodidacta que la llevó a la Universidad Central de Madrid. Llegó a la facultad de Derecho con el pelo corto -solía recogérselo en un moño bajo- y ropas de hombre: levita, capa y sombrero de copa. “El raro”, “el provinciano”, “el excéntrico”, señalaron sus compañeros, todos hombres, las mujeres no tenían derecho a asistir a la universidad.
La pillaron. Llegó a un acuerdo y siguió como oyente. Nunca consiguió el título oficial de penalista, un papel que no le impidió convertirse en la primera visitadora de prisiones de mujeres con 44 años. El trabajo le duró dos años, el tiempo en que tardó en reclamar una reforma del Código Penal en el ensayo Cartas a las delincuentes y de defender que las cárceles cumplieran una función de reinserción con el lema: “Abrid escuelas y se cerrarán cárceles”. Parte de esta etapa aparece en Concepción Arenal. Reformadora moral y social que publica Paraninfo centrada en “su particular ética de la compasión como pilar de la intervención social”.
Arenal conoció en la Universidad a Fernando García Carrasco, su marido, 15 años mayor, con el que acordó un matrimonio igualitario. Sin restricciones físicas ni mentales entre los muros de una casa. Acudían juntos, vestidos de hombre, a charlas y tertulias. Compartían sus reflexiones -no la autoría- en editoriales del periódico liberal La Iberia. La muerte de su esposo fue el final de su trabajo en la publicación: en 1857 una ley del Gobierno de Cándido Nocedal (1856) promulga una ley que obliga a firmar todos los artículos en prensa y, una vez más, Arenal, mujer, no pudo continuar con su cometido.
En el prólogo de La mujer del porvenir, Caballé recuerda cómo Concepción Arenal fue capaz de ir cambiando sus ideas según acumulaba conocimiento. “El contacto con el sufragismo anglosajón hace que ya no desdeñe la condición política del sujeto femenino. Se da cuenta de su error anterior y todo su ensayo se centrará en la deconstrucción de un mito, el del ideal doméstico como principal responsable de la marginación social y moral de la mujer”, recoge la experta.
Arenal fue capaz de contradecir a su época y a su cabeza. Aún así, sus coetáneas arrojaron el descrédito sobre ella. “Solo veían excentricidad, locura o vanas pretensiones de reconocimiento”, resume Caballé.
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