Varios ciudadanos sufren rechazo por temor al contagio y dicen sentirse abandonados
Como “apestados”. “Asustados”. “Desamparados”. “Impotentes”. “Confinados de manera clandestina”. “Sin salida”. Así están viviendo muchos españoles desplazados en el extranjero la crisis sanitaria del coronavirus. “Para ellos nosotros somos el coronavirus”, dice Kati Martín, encerrada desde este domingo junto a su marido y otros tres españoles en un hotel de la ciudad india de Rishikesh. “Nos han dicho que no podemos salir para nada, que el Gobierno no quiere ver turistas y si nos pillan les pueden cerrar el hotel y quedarnos todos en la calle. Hay españoles en Delhi que han sufrido hasta agresiones”, asegura esta barcelonesa de 52 años, que dice que “tras días de muchos intentos” la respuesta de la embajada llegó este sábado. El correo electrónico de la legación diplomática decía: “Sentimos mucho la situación. La embajada está haciendo todo lo posible para ayudar a los españoles. Registramos sus datos y adjuntamos información de utilidad”.
Desde que hace nueve días España decretó el estado de alarma, miles de españoles que se encontraban fuera del país tratan de regresar de las maneras más inverosímiles. María y Rebeca Saiz Torre, dos chicas burgalesas, se encontraban en Bangkok hasta el domingo, cuando tomaron un vuelo con destino a Moscú junto a otros seis españoles. Desde la capital rusa pensaban volar a España en un avión que tenía prevista su salida a medianoche y confiaban en que no fuese cancelado. El resto de españoles, “hasta un centenar”, siguen en la capital tailandesa sin encontrar una solución en la embajada y con “la única perspectiva de afincarse en el aeropuerto”.
El caso de los mallorquines Catalina Moyà, médico, y su pareja se resolvió felizmente el domingo, tras un largo viaje desde Panamá y un encierro insospechado, “forzoso e inexplicable en 100 metros cuadrados del aeropuerto de San José, en Costa Rica, sin ninguna información ni contacto”. Panamá cerró sus conexiones con Europa el día 14. “Por suerte, y tras insistir en que yo era médico, estamos ya en Mallorca: me llamó el cónsul de España en Costa Rica y nos ayudó muchísimo. El director del aeropuerto nos comunicó que teníamos un vuelo en 24 horas. Nadie entendía cómo Iberia nos había dejado encerrados sin noticias”, cuenta Moyà por correo electrónico. El responsable de UGT en el Ministerio de Asuntos Exteriores da su versión: “Se han atendido, siempre que se ha podido, todas las llamadas de emergencia, muchas de ellas con preguntas y exigencias peregrinas, con la mayor atención y consideración. Se ha informado al instante a través de las páginas web y en redes sociales”.
Pero, a medida que la pandemia avanza por el planeta, las puertas y las fronteras se cierran para muchos españoles que escriben desesperadamente a los medios, ante la que consideran una falta de respuesta satisfactoria de las autoridades. José Iván se encuentra en Turín junto a su mujer, embarazada de ocho meses, y dos niñas de 5 y 4 años. “Nos dijeron en el consulado de Milán que debemos esperar a una reunión que se tiene que celebrar el martes”, cuenta desde la casa de un familiar.
En el momento más crítico de la propagación de la enfermedad en España, los ciudadanos de este país son rechazados en muchos de los lugares en que se encuentran: les niegan el acceso a hoteles, apartamentos alquilados e incluso hospitales o servicios sanitarios privados. “Tengo una infección en una pierna y se complica porque no me quieren atender en los centros privados por miedo al coronavirus. Supongo que porque soy español y por la fecha de llegada”, cuenta Ángel Ramos desde Trujillo (Perú), donde se encuentra con su mujer. “El consulado nos ha tomado los datos y no nos ha facilitado ninguna información más, salvo que estemos atentos a los canales oficiales, por lo que nuestro plan es seguir aquí, en casa de un familiar”.
En la misma situación está Laia Gómez, que viajó para ver a unos amigos en Ecuador. Ahora se encuentra en un hostal de la localidad de Montañita. El consulado le ofreció un albergue en Guayaquil, que está a tres horas de viaje, pero nadie quiere llevarla hasta allí.
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