La Voz de Galicia.- Los afroamericanos son solo el 12 % de la población, pero cometen más de la mitad de los homicidios y robos y el 70 % de los delitos relacionados con las drogas. Esto hace que sus interacciones con la policía, a veces letales, sean más frecuentes
Una nueva muerte de un sospechoso de raza negra, en este caso a manos de la policía de Minneapolis, ha vuelto a abrir el debate sobre la brutalidad y el racismo de la policía en Estados Unidos. Pero es un debate que, a menudo, se hace al margen de los datos. Para empezar, es preciso distinguir entre los dos conceptos: el de la brutalidad policial y el del racismo institucionalizado, porque, aunque puedan coincidir, son variables independientes.
Respecto a la brutalidad policial, los expertos son casi unánimes: la policía norteamericana tiende a usar una fuerza excesiva con los sospechosos, sean de la raza que sean. Se han avanzado muchas explicaciones para esto, como la posible influencia de tácticas militares en los protocolos policiales (gran número de agentes proceden del Ejército y muchos son veteranos de Irak o Afganistán). Quizás una hipótesis más razonable es que en todas partes la agresividad de la policía y la de los delincuentes tiende a igualarse, y en una sociedad en la que es tan fácil para un delincuente hacerse con armas de fuego esto conduce a una espiral cada vez más violenta.
En lo que se refiere al racismo, sin embargo, los datos no corroboran la impresión más generalizada. Lo que se ha encontrado es que el número de sospechosos de raza negra muertos a manos de la policía se corresponde con el que cabría esperar de la distribución étnica de la delincuencia: los afroamericanos son solo el 12 % de la población, pero cometen más de la mitad de los homicidios y robos y el 70 % de los delitos relacionados con las drogas. Esto hace que sus interacciones con la policía, a veces letales, sean más frecuentes. Los estudios tampoco muestran que los policías blancos tiendan a protagonizar estos incidentes más que los de otras etnicidades cuando el sospechoso es de raza negra.
Pero la idea de estudiar el racismo de la policía a partir de estas muertes violentas es ya un error de partida, porque son un mal indicador. Solo se producen tiroteos en quinientos de cada millón y medio de arrestos, y solo una fracción de esos tiroteos resultan en muertes. Aunque las dimensiones de la población de Estados Unidos alimenten la impresión de una «epidemia de muertes a manos de la policía», estas son en realidad un hecho excepcional, demasiado como poder medir con él un fenómeno como el racismo. Para eso, es mejor recurrir a indicadores con más datos, como las infracciones de tráfico. Pero ahí, curiosamente, el sesgo que aparece es en perjuicio de los hispanos, mientras que blancos y negros quedan igualados. Sí se detectan casos puntuales de racismo, pero estos tienden a concentrarse en determinados estados, e incluso en determinados condados, lo que apuntaría a un «racismo local» y no generalizado.
Esta última tragedia de Minneapolis parece, claramente, un episodio de brutalidad policial, aunque podría obedecer a causas más particulares que generales: el agente implicado tenía un largo historial de denuncias por abuso de fuerza. En cuanto a la raza del sospechoso, no hay de momento ninguna razón para pensar que haya jugado ningún papel en su muerte.
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