La pandemia de coronavirurus ha pillado a traspié a gestores, docentes y alumnos. La formación 'online' hace aflorar las desigualdades socioeconómicas entre alumnos con y sin recursos
Claudio Cañizares, estudiante de 5º de primaria en Madrid, telestudia durante el confinamiento por el Covid-19. (M.G.R.) |
Claudio Cañizares, de 10 años, se levanta todas las mañanas temprano, desayuna, se asea y seguidamente se mete en su cuarto a hacer las múltiples tareas que diariamente le envían sus profesores. Los tiempos de pandemia han cambiado drásticamente su rutina, bendita rutina, como la de millones de niños en todo el mundo. A veces se queja, echa de menos a sus compañeros, los juegos en el patio del colegio, el balón de fútbol…
Se oyen sus bufidos al otro lado de la puerta y aparece el padre: “Jo, papá, nos mandan muchos deberes y estoy muy nervioso. No puedo seguir haciéndolos ahora, déjame que descanse y luego sigo”. Pero este alumno de quinto de primaria de Madrid se sabe privilegiado: en su casa hay tres portátiles y una tableta a la disposición de cuatro personas, tiene una habitación luminosa para él solo donde se recluye a estudiar sin mayor molestia y sus padres se preocupan por que cumpla con sus obligaciones porque le dan importancia a la formación.
En el lado opuesto se encuentran muchos niños que en estos días de confinamiento tienen que hacer malabares para entregar la tarea en tiempo y forma. Las desigualdades socioeconómicas, siempre existentes, ahora se acentúan. El telecolegio sobrevenido de repente por el coronavirus ha dejado en fuera de juego a muchos chavales. Encerrados en sus hogares, multitud de alumnos no disponen de los medios tecnológicos adecuados ni cuentan con un espacio ni un ambiente idóneos para cumplir con sus tareas online en un momento en el que algunos docentes sufren, además, un exceso de celo por querer abarcar todo el currículum académico habitual. A esas dificultades se suma la angustia de que en muchos hogares las madres y los padres se están quedando sin empleo. También en otras casas se está dando la situación dramática de ver cómo familiares enferman o mueren por Covid-19.
María del Carmen Morillas vive en un piso de 60 metros cuadrados junto a sus cuatro hijas y su marido en la localidad madrileña de Leganés. Las cuatro muchachas duermen juntas en un solo cuarto. Son estudiantes y sus edades abarcan entre los 11 y 15 años. “Vivimos la brecha digital cada día. Solo tenemos un ordenador de mesa para las cinco. Está en la habitación matrimonial y hacemos turnos para usarlo”, cuenta esta mujer que ejerce como tesorera de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnado (CEAPA).
Las 4 hijas de María del Carmen Morillas hacen cola para usar el único ordenador de la casa. (Cortesía de la familia) |
Afortunadamente –explica Mari Carmen-, instalaron hace poco el wifi en casa y se pueden ir apañando estos días de confinamiento. Narra cómo sus hijas tienen que hacer los ejercicios a mano (algunos son complicados de hacer así) y luego hacen fotografías con el móvil de los padres para mandarlos por email. “La más pequeña está en sexto de primaria. Se pone nerviosa y rompe a llorar porque le ponen muchos deberes, como si los docentes estuvieran descoordinados y mandaran cada uno los ejercicios para cada asignatura”, afirma esta madre.
Es importante que la familia les diga que no están de vacaciones porque si no es así los chavales se abandonan
“Tanto hablar de las TICs y al final, cuando realmente las necesitamos, las familias con menos posibles nos hemos dado de bruces con el problema de las nuevas tecnologías”, critica Mari Carmen.
A Marta Físico, profesora de Matemáticas en un instituto del distrito madrileño de Vallecas, le que claro que “se nota mucho cuando un alumno tiene un ordenador porque trabaja mucho mejor”. Esta docente también cree que la brecha digital está influyendo mucho en el rendimiento de los muchachos en lo que llevamos de estado de alarma, pero subraya que ese problema es solo la consecuencia de una carencia más grave que es el déficit de un entorno sociocultural que los aliente a esforzarse. “Es importante que la familia les diga que no están de vacaciones porque si no es así los chavales se abandonan”, sostiene Físico.
En su instituto la mayoría de los estudiantes son de clase económica baja, por lo que el aliento de las familias es vital. “Una alumna me escribió el otro día y me dijo que no tenía manera de conectarse a las clases online que doy por las en Google Classroom, ya que no tiene ordenador ni cualquiera otro dispositivo digital. Pero es muy aplicada y cuando su madre llega por la tardes de trabajar le presta el móvil a su hija, la anima y la chiquilla hace la tarea cada día y muy bien, por cierto”, cuenta orgullosa esta profesora de secundaria.
Aludes de correos llenos de deberes y plataformas educativas digitales bloqueadas por el alto volumen de tráfico. Esta es la realidad de los maestros en plena crisis del coronavirus
Pero esas dificultades socioeconómicas y tecnológicas no solo se dan en barrios y ciudades de extrarradio más desfavorecidos. Noelia Otero es la jefa de estudios de un colegio público de educación bilingüe del distrito capitalino de Chamberí y detalla lo siguiente: “El 80 por ciento de los alumnos del centro tienen una buena situación en estas semanas, pero un 20 por ciento también sufre carencias porque no tienen ordenador y wifi y porque sus familias no pueden echarles un cable con habilidades como el inglés”. Una de sus labores en días pasados, en colaboración con el resto de docentes, ha sido identificar qué alumnos no estaban entregando las tareas y las razones por las que no lo hacía. “Afortunadamente, el colegio se dotó este año de tabletas y estamos estudiando repartirlas entre los chicos necesitados para que puedan trabajar telemáticamente”, explica Otero.
La figura de los PTSC en los centros educativos ayuda en este tipo de coyuntura extraordinaria que vivimos. Son orientadores en cuestiones no relacionadas con lo académico, sino con el contexto socioeconómico y familiar de los estudiantes. Carolina Hidalgo es PTSC en un instituto de la Sierra Norte de Madrid y en estas semanas se le acumula el trabajo. Su labor fundamental consiste ahora en detectar aquellos casos de vulnerabilidad económica y tecnológica. Sostiene que en muchas casas no hay ordenadores ni wifi y los chicos solo tienen el móvil de los padres para recibir y luego enviar la tarea, pero, claro, se crean situaciones tensas porque los datos se gastan. “Estudiamos esta situación de vulnerabilidad y nos pusimos en contacto con Cruz Roja, otras organizaciones y empresas para mitigar esta brecha social y tecnológica y conseguir dispositivos digitales y bonos de datos”, cuenta Hidalgo.
Coyuntura a pie cambiado
La suspensión de las actividades educativas de una día para otro pilló a traspié a familias y docentes. Como cuando cae una gran nevada y todo se paraliza porque nos coge por sorpresa y sin los medios adecuados para combatirla. Por lo general, ni las administraciones autonómicas habían desarrollado plataformas digitales para soportar tanto tráfico (Google y sus herramientas han salido al rescate), ni muchos profesores tienen las habilidades tecnológicas para afrontar esta tesitura excepcional, ni una gran parte de las familias está preparada para el telecolegio.
Varios docentes con los que ha hablado este diario son conscientes de los problemas que se están planteando en este trance del coronavirus. Saben, por ejemplo, que los niños, los padres y las AMPAs están protestando porque en primera y secundaria los departamentos de inspección educativa autonómicos están presionando para que se cumplan a rajatabla los objetivos curriculares marcados a comienzos del curso. Esto implica una carga excesiva de trabajo en casa para los niños que se añade a la crisis sanitaria y económica actual.
“Inspección nos insiste en que debemos cumplir los objetivos, pero no es el momento de crear más estrés”, relata Arantxa Oteiza, orientadora en un instituto de un pueblo del sur de Madrid. Ella trata con niños que no hablan bien el castellano, que tienen necesidades especiales o cuya precariedad económica ni siquiera les permite tener libros. A estos últimos, los profesores les suelen ayudar con fichas fotocopiadas que les entregan mano, lo que ahora resulta imposible. Así que las circunstancias actuales dificultan aún más la educación de esos muchachos. “Es mejor pedirles una redacción, un dibujo o cualquier tarea que les motive antes que avanzar a toda chufa en el currículum académico”, apunta esta orientadora.
Ejecutar todos los contenidos curriculares es una tontería, hagamos pues lo que la ley educativa nos pide: ayudarles en el tránsito a la vida adulta
“Para favorecer una buena salud de las familias es mejor pedirles cosas más artísticas o que les gusten como pintar, hacer cómics, que inventen acertijos o que escriban lo que sienten. Esto une más a todos los niños y evita la brecha digital”, insiste la jefa de estudios Noelia Otero.
En esa misma línea, Esteban García, técnico de la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de La Rioja, insiste en que han solicitado “suavizar las tareas, quitar contenidos no necesarios plantearse evaluaciones adecuadas a la realidad con la idea de que nadie pueda perder el curso por este problema”.
Los alumnos no están adaptados a la teleformación y afrontan un escenario complicado. Pero hay profesionales de la educación que se muestran optimistas. “Es una oportunidad de oro para que los profesores nos mostremos como agentes en el papel de ayudar a los chavales y acompañarlos en un trance difícil. Yo tengo 300 alumnos desde primero de ESO hasta segundo de bachillerato y le estoy dedicando 12 horas al día para que sientan la cercanía”, relata Fran Puga, un profesor carismático de Religión del Instituto Julio Caro Baroja de Fuenlabrada (Madrid).
Los colegios de Labastida (Álava) fueron de los primeros en cerrar en España por un brote comunitario de coronavirus. (EFE) |
Puga conoce de primera mano los problemas socioeconómicos y tecnológicos que están afrontando sus estudiantes en el estado de alarma. “Ejecutar todos los bloques de los contenidos curriculares es una tontería, aprovechemos pues para hacer lo que incluso la ley educativa nos pide: ayudarles en el tránsito a la vida adulta, contarles que la naturaleza nos está hablando, acompañémoslos en la gestión de una crisis que es un acontecimiento histórico para todos nosotros”, relata con vehemencia optimista este docente.
Estrés postraumático
Si el confinamiento durante el estado de alarma, la intensa e inhabitual convivencia, el telecolegio y el teletrabajo pueden resultar de por sí agobiantes para cualquier familia, la sensación de angustia se recrudece en hogares con dificultades socioeconómicas y tecnológicas. Más si cabe en los menores de familias más humildes, acostumbrados a un hábitat de formación físico que les procura una sociabilidad y un refugio que funciona como aliviadero porque “la enseñanza presencial es mucho más que Matemáticas y Lengua”, sugiere Carolina Fernández del Pino, vicepresidenta del sindicato de profesores ANPE.
“A la vuelta, me inquieta restaurar el daño emocional de los adolescentes que están en situaciones de mayor vulnerabilidad”, señala la orientadora social Carolina Hidalgo.
En esto coincide la orientadora académica Arantxa Oteiza: “Los chavales están en situación de estrés, así que hay que ayudarles a que se adapten cuanto antes por si se alarga el confinamiento por la pandemia. Si no, el estrés postraumático va a ser brutal”.
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