Miriam cuenta a ABC cómo vive el cierre de los centros escolares su hijo, acosado desde los 5 años por sus compañeros
«Lo mejor que le ha pasado a mi hijo es el confinamiento». Así de contundente se manifiesta Miriam al reconocer que estar recluido en casa le ha dado a Rubén, de once años, una gran tranquilidad. ¿La razón? No tiene que enfrentarse cada día a sus agresores en el colegio. «Ahora disfruta de una seguridad y calma que no tenía desde hace mucho tiempo. Se conecta online con su profesora, no tiene que ver a sus compañeros que se ríen de él, le insultan y amenazan, no tiene que ir al patio temiendo qué le harán ese día...», explica su Miriam.
Aún así, esta calma es una calma tensa. Rubén sigue siendo víctima de las secuelas que le ha dejado el acoso escolar que le martiriza desde hace seis años. «A pesar de haber ganado en seguridad por no tener que salir, psicologicamente sigue sufriendo», aclara su madre.
El pequeño Rubén sigue comprobando varias veces al día que la puerta de la calle está bien cerrada. Y las ventanas. No quiere que nadie pueda entrar a hacerle daño. Teme el atardecer porque sabe que después tendrá que irse a la cama y entonces llegará el imsomnio y, más tarde, las pesadillas y los terrores nocturnos le torturatán. «Y es que a mi hijo le han hecho mucho daño aunque ahora, desde que está en casa confinado y con apoyo psicológico profesional, está consiguiendo mejorar y apaciguar algo tanto sufrimiento. Por eso, estar en casa está siendo muy positivo para él por esa seguridad que le da».
La pesadilla de Rubén comenzó cuando tenía tan solo 5 años. En una de esas «típicas» dicusiones de patio de colegio no quiso dar unos cromos a un compañero. Lo que nadie podía imaginar es cómo esa discusión acabaría en agresión. Era la época de la moda de las peonzas. El otro niño no se lo pensó dos veces y para vengarse de no recibir tales cromos rodeó con la cuerda de su peonza el cuello de Rubén y le hizo un doble nudo.
Rubén comenzó a notar que se ahogaba mientras otro compañero le ayudaba sin mucho acierto a quitar esa doble lazada. Finalmente, y tras momentos de gran angustia, logró quitársela. «Esa tarde —recuerda su madre—, me pareció raro que mi hijo no quisiera ducharse ni quitarse la braga del cuello. Como insistía tanto y se hizo tarde dejé que solo se aseara bien».
La sorpresa llegó aquella noche. «Se despertó de madrugada sobresaltado, muy angustiado, diciéndome que si se podía acostar en mi cama. Acepté su petición, pero debía quitarse la braga para ello. Entonces, descubrí unas marcas de su cuello. Finalmente confesó lo ocurrido en el colegio. Desde entonces, —lamenta Mirian— mi hijo no ha dejado de tener terrores nocturnos, ansiedad y depresión».
Desde los cinco años a los once, Rubén ha sufrido diferentes episodios de acoso escolar por parte de un grupo de niños de su clase. «Le han insultado, le han puesto motes... y se reían de él. Le han tirado por las escaleras, le han metido la cabeza en el inodoro, le han pegado, incluso amenzado con una navaja. Como este grupo se metía tanto con él, sus amigos se empezaron a alejar de mi hijo y se quedó aislado. Cuando salía al recreo se quedaba arrinconado, se tapaba con un gorro y lloraba solo».
«Mamá, lo siento. Te quiero mucho»
Durante mucho tiempo, su madre no supo nada de esto porque cuando Rubén llegaba a casa se metía en su habitación y se encerraba con los libros. Siempre ha sido un alumno sobresaliente. Pero un día, mientras Mirian colgaba la ropa de la colada descubrió toda la verdad de la manera más dolorosa posible. «Mi hijo —recuerda aun con voz temblorosa— salió al balcón y me dijo "mamá, lo siento. Te quiero mucho". En ese momento se acercó a la barandilla. Si saber cómo me dio tiempo a cogerle para evitar una tragedia. Finalmente, me enteré de todo lo que estaba sufriendo mi hijo y que no me contaba por vergüenza y miedo a que yo fuera a hablar al colegio o con los padres de sus agresores».
Mirian y su hijo han cambiado su domicilio en Murcia y el próximo curso Rubén empezará en un colegio nuevo. De momento sigue con sus clases online por el confinamiento y está más contento. «No obstante, a veces se despierta y me cuenta su pesadilla: unos señores me estaban ahogando en mi cama y al lograr escapar fui a buscarte a tu habitación y había personas que también querían ahogarte... El daño físico es doloroso, pero llega un día en que desaparece; el psicológico y moral es muy difícil de hacerlo desaparecer».
Ester López, psicóloga especializada en acoso escolar, le está tratando y está consiguiendo grandes avances con él. Esta perdiendo el miedo a enfrentarse a sus problemas, está ganando en autoestima, a saber manejar sus pensamientos, a tener ilusión por jugar... Hay veces que es muy importante dejarte guiar por los profesionales para saber reconcudir una situación injusta y dramática y que tanto daño hace a tantas familias. Las víctimas de acoso sufren más de lo que la gente pueda imaginar. Mi hijo estuvo, incluso, una semana ingresado en el hospital con vómitos, dolor de estómago muy fuerte. Las pruebas determinaron que eran consecuencia del estrés que estaba pasando mi hijo por la acción de sus agresores. Hechos así deben ser investigados y aclarados. En mi caso, el colegio no nos ayudó nada y denuncié. No se puede mirar a otro lado y tratar de dar la vuelta a la tortilla para que, encima, te hagan sentir culpable. Hay que enfrentarse al acoso. Los niños no pueden seguir sufriendo de esta manera y, mucho menos, quitarse la vida», concluye la madre de Rubén.
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