Padres y expertos advierten de un frenazo incluso un posible retroceso en el desarrollo del aprendizaje de este alumnado
Familias sobrepasadas por las obligaciones laborales, las tareas domésticas y los deberes de sus hijos, quienes de la noche a la mañana dejaron de ir al colegio. Ésa es una de las imágenes que nos va a dejar para la posteridad la crisis de la Covid-19, que empezó siendo sanitaria para alcanzar inmediatamente a la economía y sus consiguientes efectos sociales. Si a esa ecuación casi imposible que se trata de resolver a diario en los hogares españoles, se añade que entre sus miembros hay niños con necesidades educativas especiales, el confinamiento se convierte en la cima más alta del mundo para unos padres que ven cómo se han interrumpido terapias fundamentales para la evolución de sus hijos con dificultades para hablar, con discapacidad física o con problemas de aprendizaje, por citar algunos de los ejemplos de necesidad educativa especial (NEE).
El cambio de fase en el proceso de desconfinamiento va a traer la reactivación de los centros de atención infantil temprana (CAIT), que asisten a niños de hasta siete años con trastornos del desarrollo. Desde la Consejería de Salud, de la que dependen estos centros, confirman a ABC que ya se han empezado a reprogramar las citas, a acondicionar las instalaciones para cumplir con las medidas de seguridad, dando prioridad a los niños con necesidades más severas, a los que el confinamiento les ha podido suponer un parón e incluso, como temen algunas familias y expertos, una involución en su desarrollo.
En estos centros, los niños reciben terapias y se facilitan a las familias actividades para que puedan seguir estimulando a sus hijos fuera de las instalaciones. Es la única puerta que se abre, por ahora, en la atención educativa y formativa pública para una parte de este colectivo, los más pequeños. Los casi 2.000 alumnos matriculados este curso en centros de educación especial públicos y concertados de Sevilla no podrán regresar a las aulas hasta el curso que viene al igual que sus compañeros de los centros ordinarios, donde también hay alumnos con necesidades especiales tanto en aulas específicas como en el resto de clases, en función del alcance del trastorno diagnosticado.
En total, en Andalucía hay escolarizados 74.397 alumnos con NEE. El impacto del cierre de los colegios en el aprendizaje académico no es la principal preocupación de sus padres, los cuales no sólo se han visto obligados a reemplazar desde el pasado 16 de marzo a los profesores de sus hijos, también a los logopedas, a los fisioterapeutas, a los psicólogos… Una misión que para muchas familias ha sido imposible.
«Tenemos casos de niños con espina bífida que han dejado de recibir las sesiones de fisioterapia y ahora no se pueden mantener en la silla. Este tipo de terapias son fundamentales para mejorar las perspectivas de vida de estos niños y la inactividad durante dos meses puede suponer un retroceso». A la fundación que dirige Antonio Guerrero les están llegando familias muy preocupadas por el retraso que están observando en la evolución de sus hijos. «Son los grandes olvidados de esta crisis. Cuando se establecen nuevas normas, no se tienen en cuenta a estas personas. Ahora que se ha ordenado el uso obligatorio de mascarillas, ¿saben la dificultad que supone para muchos de estos chicos llevarla puesta?»
Durante el confinamiento, los centros de educación especial han tratado de mantener el contacto a través de videollamadas y remitiendo a los padres tareas para realizar en casa. Pero este tipo de recursos no ha llegado a todos los niños matriculados porque hay centros ordinarios que llevan años reclamando personal especializado para sus aulas y al no disponer de él o tener que compartirlo con otros centros, con ratios sobredimensionadas, el seguimiento a distancia de estos alumnos no ha existido, favoreciendo el frenazo en el desarrollo de habilidades esenciales. Además, este tipo de formación on line fracasa en niños que presentan, por ejemplo, dificultades para mantener la atención mirando a una pantalla y requieren de una atención presencial.
Pasar factura
A la desigualdad en el reparto de recursos, se une que las familias no tienen la misma capacidad para suplir a profesionales tan especializados, el resultado es que hay niños que no han avanzado nada desde hace más de dos meses; mientras que otros lo hacen a duras penas. Junto a ellos, unos padres «agobiados» ante la posibilidad de que este confinamiento les pase factura. Laura es una de esas madres que admite esa preocupación extra por su hijo autista de 10 años.
Psicóloga de formación, desde que le dieron el diagnóstico de Álvaro, se esforzó en especializarse con ayuda de la asociación Autismo Sevilla. Ella reconoce que su caso está entre los que están sacando como pueden las tareas adelante. «El esfuerzo es enorme. Hace unos días le mandaron a mi hijo que hiciera un mural sobre flores. Si el resto de compañeros pudo hacerlo en una hora, nosotros le tuvimos que dedicar una semana».
Hay otros padres que no pueden asumir esa carga añadida impuesta por la pandemia «porque no tienen un ordenador para hacer una videoconferencia o porque no están ligados a ninguna asociación y se enfrentan a esto solos». Laura asegura que el asociacionismo está supliendo las carencias que tiene el sistema, las cuales se han multiplicado con el confinamiento. «Hay niños con necesidades especiales que van a aulas ordinarias y las tareas que están recibiendo son las mismas que las de sus compañeros, sin ningún tipo de adaptación».
Desde el otro lado, los profesionales que trabajan con este alumnado no han contado con herramientas específicas para poder mantener la formación a distancia y han ido reinventándose sobre la marcha, señala esta madre, vecina de Tomares.
La rutina es fundamental en niños con trastornos como el de Álvaro y el confinamiento la ha dinamitado. Las conductas destructivas y obsesivas son señales de que el aprendizaje se está ralentizando. Y no se trata de una lección de historia o de nociones de gramática. «Mi hijo está perdiendo sus relaciones sociales. Y lo está notando con comportamientos que denotan estrés». Hay niños que rechazan que sus padres sustituyan la figura de su educador porque simplemente no entienden este cambio tan drástico de su mundo más próximo. «Aquellos que presentan un patrón de mayor inflexibilidad lo están tenido más difícil».
Y sobre la vuelta a las aulas, en estos padres reina el temor porque no tienen claro cómo se va a garantizar que este alumnado guarde la distancia de seguridad o que compatibilicen las medidas para evitar la propagación del virus con la atención personalizada que requieren.
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